Y ejercen el poder. Esa es la realidad de 1Q Desde luego, hay que distinguirlo, una novela ambiciosa como lo es 1Q84 se contiene de diferentes registros por interpretar. Su diversidad es parte de la experiencia de leer a Murakami. La apariencia en tanto es fragmento de lo real.
Otra vez el espejo de Borges. Es decir, lo que es real antes se ha imaginado y luego existe. Y toda imagen funda la realidad de la historia del relato. Sus puntos de vista son colocados en los personajes sin que tenga que caer en un panleto que distorsione su compromiso como escritor. Todo lo contrario, lo airma. Digan lo que digan…» Es una fuerza interna que airma su estilo. Aquello que he denominado «ritmo», es, por encima de otras deiniciones, un hecho espiritual. El deseo por ese furor interviene en aquel dominio por lo objetivo y subjetivo de la esfera de lo real.
Bastante ambicioso para la editorial. En este caso de 1Q84 el asunto fue para largo. Los que ha- cen de Aomame un personaje ambiguo, pero actuante.
La duplicidad y la otredad. Aomame es la salida de esas sensaciones puesto que logra diluci- darlo en la historia sin testigos. Porque la realidad adquiere diferentes iguraciones para encubrir su verdadero rostro.
Tokio pertenece a ese otrora mundo de , pero que realmente no lo es, aparece en la novela aleatoriamente con otra historia: «Tengo». Tengo: Aomame: 1Q El mismo objeto relejado en el otro lado del espejo. El umbral. Es, por su referencia orwelliana, denuncia. El espejo en el que se mira Aomame se fragmenta y el relejo oscurece su rostro. Es una imagen expresionista del mundo. Por ser expresionista el personaje se desigura y se des individualiza. Lo incierto reduce la memoria de esa realidad que a la vez se representa o se desintegra.
Cada vez que me pro- pongo escribir una novela, tengo que empezar a cavar un nuevo agujero desde el principio. Una eventualidad kafkiana. Y no lo sabe.
Nada sabremos de un mundo y otro, se uniican en la cre- dibilidad de lo narrado. Y adquiere su presencia formal en el discur- so. Ya que el poder se maniiesta por medio del lenguaje. Es lenguaje. Es decir, se constituye a partir de la ima- gen.
Pero suele suceder que uno de esos espacios puede predominar. Con ello, el lenguaje se hace inteligible al lector. El mito se desplaza de una cultura a otra. De un signiicado a otro. Se le otorga a las diferentes culturas, regiones y distancias. Cuando asistimos a la realidad de Aomame, lo hacemos con duda de esa realidad. Esto es, alteridad de lo real en el contexto del personaje. El lector, no obstante, «mira» en estado de supraconsciente esa realidad creada.
Por lo expuesto, seremos los lectores quienes le conferimos unidad, conciencia, similitudes y casualidades en el mismo escenario de la novela: 1Q Dos lecturas, un espacio recreado. En ello, 1Q84 se parece al resto: El in del mundo… o a Kafka en la orilla. Es decir, el hecho de presen- tar en 1Q84 una historia en continuidad de la otra Aomame-Tengo-Aomame La novela en el medio de dos realidades diferentes.
El gato de Kafka Tamura Forma y contenido en un libro. No hay tintas medias. A unos nos gusta a otros no. Diversidad que le coniere forma a su estilo. Nadie entre sus lectores duda de los alcances de esa diversidad. Lo quieren por igual. Sin embargo, se hacen indivisibles uno de otro ante sus lectores. Y si algo importa es la recep- tividad de ese estilo.
La publicidad en cambio la necesitan otros, aquellos que viven del nombre de Haruki Murakami. Sigue siendo un autor de best seller. Su signi- icancia se da en diferentes contextos. Esa diversidad se complementa en el uso que hace Murakami del signo. Pongamos el detalle: Kafka Tamura es un personaje que permanece en silencio por su diicultad para comunicarse, excepto con los gatos. Y es similar, comparando, en Aomame con las dos lunas que ella ve: incontinencia del hecho real.
El signo se transiere en sus personajes, adquieren capacidad de transformar lo material en sustancia. Los lectores necesitamos de esas secuencias. De una novela dentro de la otra, como si la historia fuese una caja de Pandora que se abre solo para el lector y no para los acontecimientos de los personajes. Este recurso literario va a ser usado en diferentes novelas con el in de consolidar sus cualidades. No su estilo. No es casual, necesita estar concentrado en su trabajo.
El personaje de Kafka Tamura se carga de ese viaje interior que he mencionado y en eso se parece a Tengo de 1Q Por su parte, los personajes en Murakami buscan la salida por medio del umbral que los regrese a la realidad. La viven. He mencionado estas similitudes para darle competencia al lector entre una historia y la otra.
Por ejemplo en 1Q84 quiere su autor que miremos hacia las formas del totalitarismo en la sociedad. A in de cuentas es la misma realidad vista desde diferentes perspectivas. Y lo que se observa requiere de memoria: la sustancia existe a partir de esa contingencia del objeto: suscep- tible a lo subconsciente.
De modo que lo relejado es, en consecuencia, producto de ese objeto que se transforma. Si en 1Q84 existen, por airmar lo anterior, dos lunas es porque siempre han existido de acuerdo con esa realidad que se representa. Son reales en el marco del relato. Porque les lavan a sus integrantes el cerebro para dominarlos. Todo es parte de esa transferencia del objeto. De la vida a la muerte. Tal novedad de la lectura es para darle al lector una manera de comparar una realidad con la otra.
Lo conquista en su riesgo. Y es dado para cada proceso de lectura en general. Cada libro es una identidad con ese discurso. En esas condiciones tenemos que clariicar su obra. Estilos que categorizan. Estilos que conforma la estructura. Estilo y estructura en Murakami. Sea este lector o no de Murakami. Porque novelas son nombres. La literatura sigue su camino. Es como si Kafka necesitara de su heredero. Y lo consigue.
El relato es ajustado desde las condiciones emocionales de ese tratamiento del sujeto. Cambio, ritmo y desenlace en la historia. Insisto en ello puesto que Murakami se mueve muy bien entre ellas.
Dado que lo percibo la sintaxis de su lenguaje, sean escritas en primera o tercera persona. Lo hace por medio de una historia ambiciosa: 1Q Es su homenaje a George Orwell. Esta vez no mira hacia el futuro, sino que lo hace desde el pasado. Imaginarse y traerlo a la actualidad.
Y se siente a sus anchas por estar contando lo que quiere contar. Sabe que tiene un objetivo y lo cumple en ese viaje de su conciencia.
Algunos lo achacan a una necesidad del mercado de los libros. No creo que esa sea el caso. Otro encuentro con la de intertextualidad. Lo que se transparenta se transforma en el relejo de esos mundos. Lo que se mira se fragmenta en lo espejado. Objeto y transparencia son dos razones de esa literatura.
Lo que se releja muestra su lugar a la duda. Es la imagen, por lo expuesto, lo que nos interesa y no el objeto relejado. El miedo Se nos exhiben tres variables. Las historias de Murakami adquieren estas contingencias del proceso creativo.
Escribe la ciudad y la ciudad en la escritura. Si quiero entender que esta deviene en estilo del autor con el que hemos venido insistiendo a lo largo de este ensayo. Siempre y cuando sean personajes que se someten a las sombras del miedo. Murakami por igual lo disfruta en la aven- tura. Dos estilos en uno. Formas literarias que se urden en un nivel del discurso literario. Murakami entre ellos. El autor se reinventa en esa luidez de su propio discurso.
Por tanto, el mundo de las ideas queda expuesto y necesita de sus relatos, de su manera de escribir. La luz que aparece como brillo sobre lo nuevo, al tiempo que la oscuridad se sobrepone. Y he dicho que el cambio de ritmo en su obra se da al momento que aparecen sus libros de relatos.
Es ilimitado. De hecho, ha manifestado Murakami esa inquietud por tener el tiempo para continuar escribiendo. Lo expresivo de las emociones quedan al descubierto. Volvemos a toparnos con las emociones. Si hay diferencias apenas son perceptibles. Dado que las diferencias la agradecen sus lectores. Avanza con nuevas propuestas. Bien sean con relatos, novelas o, al cabo, ensayos. Murakami se vale de esos cambios de ritmo como para fomentar esa posibilidad con sus lectores. Se entrega y es lo que importa.
Esto permite que los lectores asgan su estilo. Es decir, los cambios que sorprenden por maravillosos son irreversibles, tergiversan una naturaleza por otra. Y avisto en Kafka por ejemplo una serie de eventos que son narrados desde esa nueva naturaleza: el sujeto transformado en otra cosa. Por tanto el lenguaje es quien uniica las diferencias de latitudes y nacionalidades.
Haruki Mu- rakami un performance de lo literario. Si entiendo por performance la actitud ante el discurso: la impronta de un lenguaje el cual permite revelar las condiciones de esos mundos. El sentido por esos mundos creados existe en el pensamiento del narra- dor. El esquema de una realidad que se signa en ese espacio de lo representado.
Es cuando lo literario cumple con una de sus funciones cognoscitivas. Son registros para que el lector asimile su lectura con placer.
Uno y otro no aburren. Pongamos un ejemplo con una de sus novelas: After Dark. Su protagonista, Mari Asai, hace ahora el recorrido transversal de la ciudad, pero con la ciudad nocturna. Aquella que no duerme y con el ritmo de la oscuridad y las horas.
Empieza a las pm para terminar la novela a las am. Breve porque seguimos con el mismo Murakami de otras historias. Ese furor que nos conserva bien apegados. Este Murakami que muchos admiran y otros rechazan. Sigue escribiendo. Es una carrera de fondo que bien conoce con oicio profesional. Tenemos las diferencias entre una novela y otra para ver los registros de este autor en la complejidad de su obra.
Se ocupa de su escritura, no de su fama. Igual sigue gozando de credibilidad. Eso lo hemos notado en sus recientes entrevistas. En ello, descubrimos los senderos de uno con otro. Lo hemos dicho, pero nos gusta que existan esas diferencias que las sepa- ran aparentemente.
Esto es lo que hace atractivo a nuestro autor. No tenemos nada nuevo con esa idea de simbolizar la realidad. Por tanto, el mito se uniica hacia diferencias del discurso. Diferencias que no son de fondo sino de forma. Nos atrae y nos acerca. Ambas, no obstante, se uniican en un mismo nivel del discurso. Otras veces fusionadas en una misma novela o libro de relatos como hemos mencionado.
Ocultos por las mismas razones de la literatura: un desplazamiento de emociones que luego toman camino por lo racionalizado y luego en palabra. Lo que se escribe sucede en cualquier parte de nuestro mundo. Queramos o no existe a un nivel cognoscitivo. Gloria por la obra que se escribe y que en cualquier momento se puede prescindir de aquel brillo: es una aptitud personal ante la literatura, pero con arraigo a la disciplina de la escritura.
En Haruki Murakami hay mucho de esto, sin embargo, todos los conocen. Se cuida de no perder este estilo kafkiano con la literatura: distinguir la grandeza del brillo opaco de la fama. Insisto, se cuida. Estamos ante un escritor riguroso con su estilo. No la lee.
Cuando no, toma la ruta de lo imprevisible con la idea de construir la forma en tanto es tratamiento manierista: una alquimia con las palabras para la alteridad. Darle al subconsciente su responsabilidad creadora.
En ese estado puro del subconsciente se arma la estructura de lo irreal en el lenguaje de Murakami. En esa medida se entiende por «irreal» la capacidad de estructurar el lenguaje que le coniera el estilo, la forma y la ve- racidad de su prosa. Haruki Murakami escritor de lo irreal.
Por su parte Aomame es la respuesta de esas emociones. El mundo se desmascara ante la mirada ingenua del lector. Haruki Murakami no espera, su ritmo creador se impone. Ella, Aoma- me, como se desprende de sus relatos, es divisible y fragmentada: plurivalente. Cada uno en el marco de su pensamiento subjetivo, en su lugar del subconsciente. Nada signiica en cuanto a la estructura.
El maratonista conoce la gloria. No el brillo. Y muchas veces ese mundo es cruel, irreversible. De manera que existen porque son pensados. Debe ser, pienso, que esta sea la causa por la cual Murakami crea dos historias en una. La primera es la que lleva el lector y, otra, la que conduce el narrador.
Y esto se forma en aquellos mundos. Es como beber Coca-Cola vestido de Samurai. Hay muchas trampas en el medio del camino. Desde esas diferencias de tiempo y espacio desarrolla 1Q Algo importante: usa la voz de la tercera persona. Vuelvo al principio. En ellas todos —sean masculinos o femeninos— presentan variables de ese viaje.
El lector quiere saber de ese inal que se construye en la formalidad del relato porque este uso narrativo es tendencia en sus novelas. En ellas el sentido de las historias narradas se entrecruzan en su interioridad.
A lo que se le suma la intertextualidad com- poniendo las formas del lenguaje. Siendo el mismo lenguaje quien condiciona el relato. Sucede que la novela es un relato dentro de otro relato. Bandora es un instrumento musical antiguo. En su propia sintaxis las palabras producen signiicados alternativos. A pesar de la aparente independencia de esta novela con otras es sabido que la memoria del autor desea recoger lo perdido de sus recuerdos.
Es muy di- ferente Murakami de Borges, pero cierto sentido de lo irreal los une. La memoria se desvanece. Nada existe si no es con el lenguaje.
Quiero decir que la «asistencia» que me proporciona conlleva una fuerte —por no decir tremenda— carga de dolor. Tanto que, tras media hora de ebookelo. Creo que estaba a punto de sufrir un calambre. Su despegue es notablemente lento. A cambio, una vez que empiezan a funcionar en caliente, pueden seguir en movimiento durante largo tiempo, sin forzarlos y manteniendo un buen tono.
Se pueden regular hasta cierto punto. La gente las llama naturaleza. Pero, tras correr unos treinta minutos, mis pulsaciones suben aproximadamente a setenta. Y, ebookelo. Cuando voy al hospital en Estados Unidos, en una especie de examen previo del que se ocupan las enfermeras, entre otras cosas te toman el pulso.
Los que respiran a bocanadas cortas y jadeando son los principiantes, en tanto que los veteranos lo hacen de modo silencioso y regular. Cuando nos cruzamos por los caminos, uno capta el ritmo respiratorio del otro y percibe como el otro marca el tiempo.
Del mismo modo, cada escritor capta el estilo y el modo en que otro escritor utiliza el lenguaje. Por muchos estiramientos que haga, no consigo que se relajen. Pero no quieren avenirse a nada conmigo.
Y das gracias por tener algo que llevarte a la boca. Corro en silencio y sudando a mares. Noto como la gorra se me va empapando.
Veo el sudor que va ebookelo. El semblante de la gente que corre largas distancias es parecido en cualquier parte del mundo. Tal vez no piensen en nada, pero parecen tener la mente fija en algo. Me impresiona ver como corren a pesar del calor que hace, no puedo evitarlo, pero, cuando me paro a pensarlo, caigo en la cuenta de que yo hago exactamente lo mismo.
No es algo habitual, pero a veces me ocurre. Dejo de correr y conversamos unos instantes. Todos vamos envejeciendo por igual. Yo vuelvo a ponerme a correr. Nueva York, por supuesto. Los vendedores ambulantes de helados montan los puestos de sus furgonetas. Para entonces, las diligentes ardillas corretean ya por todas partes con ojos azorados, dispuestas a hacer acopio de provisiones para el invierno. Y, en cuanto pasa Halloween, llega callado, conciso y puntual, como un eficaz recaudador de impuestos, el invierno.
Los corredores nos ponemos los guantes, nos calamos el gorro de lana hasta las ebookelo. Si te propones aguantarlo, lo logras. Lo mortal son las grandes nevadas. Durante la noche, la nieve acumulada se convierte en gigantescos y resbaladizos bloques de hielo que obstaculizan las calles.
Mucha gente acude a sus orillas. Cada uno lo disfruta a su manera. Es posible que ver a diario una gran cantidad de agua sea algo crucial, lleno de sentido, para el ser humano. Seguramente tenga algo que ver con ello el hecho de que yo naciera y me criara a orillas del mar. Al correr con camiseta de tirantes se ebookelo. Pero es demasiado pronto para ponerse la camiseta de manga larga. Ha llegado el momento de ir reduciendo kilometraje y reponerse del cansancio acumulado hasta ahora.
A partir de este momento, por mucha distancia que recorras, ya no te sirve para la carrera. Me he comprado unas deportivas Mizuno. Cada cual tiene sus gustos. Pero su suela se aferra al terreno con seguridad, con honestidad, con solidez. Sin embargo, las prestaciones de las zapatillas de ahora han mejorado notablemente, de modo que a partir de cierto precio, elijas la marca que elijas, todas se parecen mucho. Durante el mes que falta para la carrera, voy a ir domando estas nuevas zapatillas ebookelo.
Hay en ello, sin duda, algo de desafiante y de agresivo. Parecen estar acostumbradas a ir adelantando a todo el mundo. Su zancada es larga y tienen un apoyo incisivo y firme. Tal vez correr tranquilamente mientras se contempla el paisaje no encaje con su mentalidad. En contraste, yo estoy aunque no me enorgullece decirlo bastante acostumbrado a perder. Y sobre esto divago mientras contemplo el balanceo de sus pretenciosas colas de caballo y sus beligerantes piernas estilizadas.
A fin de cuentas, ellas son brillantes estudiantes de la excelsa Universidad de Harvard. De todos modos, contemplarlas correr es, en cierto modo, maravilloso. Por eso, que me adelanten una tras otra no me produce rabia alguna. Ellas tienen su ritmo y su tiempo propios. Y yo, mi ritmo y mi tiempo propios. Y, curiosamente aunque tal vez ello no tenga ni una pizca de curioso , ebookelo. Pero si la memoria no me falla no la he visto repetir la misma ropa ni una sola vez.
Es corpulento y de raza blanca. A ninguno de los dos se les puede poner ni una sola pega. Te llegan al alma. Nunca me canso de escucharlos. No es forzado ni artificioso, en absoluto. Sin dejar de correr, se me ocurren otras consideraciones sobre el hecho de escribir. Cuando nos planteamos escribir una novela, es decir, cuando mediante textos elaboramos una historia, liberamos, queramos o no, una especie de toxina que se halla en el origen de la existencia humana y que, de ese modo, aflora al exterior.
Y a eso, se mire por donde se mire, no se le puede llamar una actividad «saludable». Admito esto sin paliativos. No obstante, creo que aquellos que aspiran a dedicarse a escribir novelas profesionalmente durante mucho tiempo tienen que ir desarrollando un sistema inmunitario propio que les permita hacer frente a esa peligrosa a veces incluso letal toxina que anida en su cuerpo.
Pero eso es ebookelo. Y es que lo sano y lo insano no se hallan en polos opuestos. Se complementan mutuamente y, en algunos casos, pueden contenerse mutuamente de forma natural. Por decirlo de una manera muy prudente, me temo que sus existencias han tomado un rumbo poco agradable. Hay incluso quienes, llegados a ese punto, deciden poner fin a sus vidas.
Otros deciden abandonar por completo la labor creativa y seguir otros derroteros. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente. Lo queramos o no, nuestro cuerpo se deteriora con el paso del tiempo. Soy plenamente consciente de ello. A eso aspiro como escritor. Precisamente por ello, aunque me digan: «Eso no es propio de artistas», yo sigo corriendo.
Tampoco imparto conferencias o cosas por el estilo. Tal vez no me convenza esa especie de distanciamiento. A fin de cuentas, no es mi lengua materna.
Para que me escuchen, tengo que lograr ponerlos de mi lado, siquiera sea temporalmente. Es laborioso. Pero tiene el atractivo de que me enfrento a algo nuevo. Mientras te desplazas con tus piernas puedes ordenar mentalmente las palabras de un ebookelo. Sopesas el ritmo del texto y evocas el sonido de las palabras. Un mes pasa volando. Yo lo hice una vez.
Y, como resultado, puede que los tonos y las formas del escenario de tu vida se transfiguren. En mayor o menor medida. Para bien o para mal. Cuando el sol asciende y el cuerpo empieza a entrar en calor, los corredores, como ebookelo. Los corredores rodean el lago Saroma, que va a dar al mar de Ojotsk.
Cuando uno prueba a correr alrededor de este lago, enseguida se da cuenta de que es inmenso. Participar en este evento es, en verdad, muy gratificante y agradable.
O sea, que aquello era mi «estrecho de Gibraltar». Mi velocidad no distaba mucho de la de alguien que caminara a buen paso. Menos mal. Semejaba un coche que subiera una cuesta con el freno de mano echado.
Iba sin aceite, con los tornillos sueltos y los engranajes desajustados. Tuve que ir convenciendo una por una a todas las partes de mi cuerpo, cual Danton o Robespierre disuadiendo con su elocuencia a una asamblea revolucionaria radical que, profundamente descontenta, empieza a sublevarse.
Y, como tal, no tengo que sentir nada. Simplemente, avanzo. Mi mundo se acababa en esos tres metros. Caminaban para que sus piernas descansaran. Era realmente como si mi cuerpo hubiera atravesado una pared de piedra y pasado al otro lado. Pero, cuando quise darme cuenta, ya estaba al otro lado.
Ya nadie golpeaba las mesas, nadie lanzaba los vasos. Sin pensar en nada. Sin creer nada. Corro, luego existo. Era como el vivir.
La existencia no tiene sentido porque tenga un fin. Algunos zorros se agrupaban en la pradera y miraban con curiosidad a los corredores. No soplaba la menor brisa. A mi alrededor, muchos corredores se limitaban simplemente a encaminar sus pasos hacia la meta en silencio.
Inspiraba y espiraba. Todo funcionaba sin problemas. Yo era yo y no lo era. La consciencia no era algo tan importante, me dije. Una historia no puede surgir de algo que no posea consciencia. Eran las cuatro horas y cuarenta y dos minutos de la tarde. Era el alivio. No era simplemente que hubiera perdido el entusiasmo por correr.
Tal vez, en realidad, no fuera algo tan irracional. Yo, que soy parte interesada en este asunto, no puedo diseccionar ni analizar objetivamente todos estos aspectos. Pero, sea como sea, yo lo llamo la «tristeza del corredor».
Incluso ahora me alegro de haberla corrido. Mis tiempos en los maratones cayeron gradualmente. Ya no me entusiasmaban como antes. Tal vez influyera el hecho de que ebookelo. Y ahora siento como si, por fin, empezara a salir de esa bruma que es la «tristeza del corredor» y que tanto tiempo ha durado. He abierto un cuaderno nuevo, he destapado mi nuevo frasco de tinta y me dispongo a escribir nuevas palabras. O tal vez no.
No es que ponga por escrito lo que pienso, sino que pienso mientras elaboro textos. Doy forma a mis pensamientos mediante la labor de escritura. Y, al revisar los textos, profundizo en mis reflexiones. Como, por ejemplo, ocurre en este instante.
El acto de correr se ha reincorporado a mi vida y constituye una parte placentera e indispensable de mi cotidianidad. Tampoco de un ritual preestablecido. Igual que un cuerpo sediento demanda fruta fresca y llena de jugo que lo hidrate. Los tiempos no me preocupan.
No me resulta agradable, pero es lo que tiene envejecer. Lo importante no es competir contra el tiempo. Probablemente tenga que empezar a valorar y a disfrutar de las cosas que no se expresan en cifras. Y, muy probablemente, tenga que buscar a tientas una forma de orgullo ligeramente distinta de la que he sentido hasta ahora. Hice un tiempo de una hora y cincuenta y cinco minutos. Como suelo correr a solas y en silencio, ese ambiente siempre me estimula.
Sobre todo mujeres. Al contrario, me permite recuperarme y descansar como es debido. Y es que, aunque soy consciente de que lo mejor para recuperarse bien es descansar, cuando se acerca una carrera empiezo a entusiasmarme y, sin darme cuenta, ya estoy corriendo otra vez.
No era exactamente dolor, sino una especie de molestia, y ebookelo. Es lo que se llama «rodilla floja»: si no te agarras al pasamanos, no puedes ni bajar las escaleras. Tal vez el cansancio acumulado en la dura etapa de entrenamiento haya asomado ahora su cara con la repentina bajada de las temperaturas.
En cambio, de joven nunca me afectaba. Se dice que, al correr, cada vez que apoyamos los pies transmitimos a las piernas un impacto equivalente al triple de nuestro peso corporal. Y tampoco me he visto obligado a abandonar una carrera a medias. Tal vez.
Me sujeto al pasamanos, me concentro en la rodilla derecha y empiezo a bajar, temeroso. Pruebo a subir y bajar de nuevo. Por otro lado, mi vida cotidiana en Cambridge no me da ni un respiro. Y eso no es todo. Al menos, parece que la rodilla va mejorando. Para colmo, el aire ebookelo. Si llego a saber que iban a ser ustedes tantos hubiera pedido que nos dejaran el estadio Fenway Park».
Pertenece a ese tipo de literatura que siempre te nutre. Cada vez que la leo, descubro algo nuevo y siento intensamente algo nuevo. Por la tarde, cuando ya ha subido un poco la temperatura, me abrigo y pruebo a correr durante unos cuarenta minutos a ritmo suave. Afortunadamente, no noto nada raro en la rodilla.
No pasa nada. Las piernas, las rodillas, los talones, por ahora todo funciona sin problemas. Respiro aliviado. Con ello ebookelo. Por fin pude darme una ducha caliente.
No surge el menor problema. Mis dos pies apoyan bien sobre el piso y puedo extender la rodilla del todo. El peligro, creo, ya ha pasado. Por lo general, cuando tengo cansancio acumulado me cuesta mucho empezar a correr, y salgo lenta y pesadamente. Pero ahora consigo arrancar con mayor ligereza. Al parecer, mis piernas se han recuperado por completo. Pese a todo, persiste la inquietud. Pero nuestro cuerpo, al igual que nuestra consciencia, es un laberinto.
Por doquier hay mudas insinuaciones, y por doquier acecha la incertidumbre. A estas alturas poco importa lo que pienses. Y el instinto me dice una sola cosa: «Imagina». Cierro los ojos y me pongo a imaginar. Imagino que cruzo esos gigantescos puentes colgantes de acero. Esas escenas insuflan en mi cuerpo una suerte de vitalidad serena. Desisto de seguir forzando la vista en medio de esa oscuridad.
Meto en la bolsa de deporte la ropa de correr que me gusta y las zapatillas, domadas a fuerza de usarlas. Nueva York en noviembre es una ciudad fascinante. Sofisticados abrigos de cachemira adornan los escaparates de Bergdorf Goodman y por las esquinas flota el fragante aroma tostado de los pretzels. Por supuesto, esta forma de entrenar no es para morirse de divertida. Pero tampoco me puedo quejar. Una de las razones por las que la bicicleta me agobia tanto es que se trata de un «instrumento».
Todo esto me desalienta. Para llegar hasta un circuito en el que poder correr decentemente hay que subirse a la bicicleta, atravesar las calles del casco urbano y salir a las afueras.
Conforme adquieres ebookelo. Si no pasas la curva con una trazada limpia y bien ladeado, puedes acabar en el suelo o empotrado contra una pared. Y cuando desciendes a toda velocidad por un piso mojado por la lluvia, el miedo que se pasa no es despreciable. Como nunca he sido muy habilidoso ni me gustan las competiciones de velocidad, estos aspectos de la prueba ciclista se me dan bastante mal. Hoy es 1 de agosto. Mi bicicleta, una Panasonic deportiva de titanio, es ligera como una pluma.
Al menos, es mucho mejor que el que la lleva. Pese a que la maltrato bastante, nunca he tenido con ella un problema que pueda calificarse de tal. Ya he participado con ella en cuatro triatlones. Es una broma, por supuesto. Se culpa de todo ello al calentamiento global; puede que se deba a ello, o puede que no. Si caen las ventas en la industria de la moda, si las olas arrastran una cantidad ebookelo.
Pero por fin luce el sol y he podido sacar la bicicleta a la calle. Entonces es cuando, como si hubiera estado esperando al acecho, surge el peligro. Cuando quise darme cuenta, mi cuerpo volaba literalmente por los aires. No sudo. En cambio, siento sed. Si no ebookelo.
Entre ellos, que la cabeza se me nubla. Para ser sincero, lo de practicar yo solo con la bicicleta se me hace muy arduo. Se repite infinidad de veces lo mismo: cuestas empinadas, tramos llanos, descensos, viento a favor y viento en contra. Lo mismo me dije yo, de veras. Obligo a mis piernas a memorizar el ritmo de pedaleo. En las inmediaciones de Boston quedan bastantes tiendas que venden discos de segunda mano en muy buen ebookelo.
Complete slow cooker cookbook download pdf. Dairy Modernization download pdf. Daredevil: Predators Smile download pdf. De Laatste Bazuin Tegenstand download pdf. Deltora Quest: The Complete Series download pdf. Der Stern von Paris. El Caso de la Navidad download pdf. El libro de mindfulness para colorear download pdf. El tren de las 6. Erwecke mein Innerstes download pdf.
Esquema filosofico de la masoneria. Feynmans Tips on Physics Indian ed. Fields Of Glory: A Novel download pdf. Fixed 3 - Tiefe Sehnsucht: Band 3 download pdf. Frankenstein Publisher: Digireads. Frontiers of osteosarcoma research download pdf. Gai-Jin: A Novel of Japan. Geekhood: Close Encounters of the Girl Kind download pdf. Gene transfer and expression in mammalian cells download pdf. God, immortality, ethics download pdf.
Going Mad to Stay Sane download pdf. Handbook of statistical tables download pdf. Handbuch Werkschutz. Hardy Weinberg Lab Answers download pdf. Hayalet Arkadaslarim 2 : Korkak Kat download pdf. How to Win at Backgammon download pdf. Hymns to St. Geryon : And Other Poems download pdf. I am Airen Man download pdf. Igniting the Bad Boy Boys of Beachville download pdf. Impatiens of Africa download pdf. Ivanhoe T download pdf.
Juliette, of De voorspoed van de ondeugd download pdf. Kants Intuitionism download pdf.
0コメント